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Indígenas, campesinos y afros: tierra y paz



Por Carlos E. López Castro (editorial de la revista impresa # 152)


Queremos hacer una reflexión histórica sobre tierra y paz en Colombia, a partir de la noticia que le dio la vuelta al mundo: luego de un accidente aéreo, el encuentro con vida de un niño y tres niñas indígenas, quienes estuvieron perdidos cuarenta días en la selva del Guaviare.

La barbarie histórica ha predominado en contra de estas poblaciones, pero vemos que es posible cambiar, cuando vimos en RTVC, Noticias, cómo fue el trabajo mancomunado entre la guardia indígena y los militares. Estos, reconocieron como héroes a los indígenas y resaltaron su espiritualidad para el respeto de la madre selva.

Desde la llegada de los españoles, cuenta la historia, que el genocidio dejó millones de indígenas asesinados en América. Resultado de la ambición de los españoles para saquear el oro.

Otras formas de salvajismo e injusticias fue la explotación de los campesinos recolectores del látex del caucho, para la industria automotriz, con una historia trágica de muertes y condiciones inhumanas. Ni qué decir de la masacre de las bananeras en el departamento del Magdalena, ocasionado por el mismo gobierno y la empresa United Fruit Company, en la década de 1920, con el asesinato de cientos de campesinos cultivadores de banano. Lo ocurrido en la bananeras sería denunciado por Jorge Elíecer Gaitán en el congreso y con su asesinato, en 1948, se recrudeció lo que conocemos como la época de la violencia bipartidista, entre liberales y conservadores donde las principales víctimas, como siempre, fueron indígenas, campesinos y afros.

En la vida republicana del país, para mencionar solo algunos protagonistas, diferentes gobernantes y su dinastía de gran poder político gobernaron a favor de sus intereses económicos, pero en contra de la tierra y de los derechos para estas poblaciones. Gobernantes y apellidos como la dinastía Ospina, desde Mariano Ospina Rodríguez, fundador del paritido conservador y sus dos hijos presidentes, además de una serie de apellidos de gobernantes hasta hoy, han sido tan protagonistas de la crueldad contra estas poblaciones, como además la guerrilla que perdió sus ideales sociales al pasar a la ambición de procesar la hoja de coca (sagrada para los indígenas). Ni qué decir del remedio que fue peor que la enfermedad: el paramilitarismo, con un saldo de miles de inocentes, víctimas de desapariciones, muertes y desplazamientos forzados, dejando sus tierras. Historias que en los últimos meses ha contado el ex jefe de las Autodefensas Salvatore Mancuso involucrando a gobernantes y militares.

Un acto histórico vimos en RTVC, Noticias, cuando el General Pedro Sánchez, encargado de las operaciones, mancomunadas entre militares y campesinos, para encontrar los niños perdidos en la selva, reconoció como héroes a los indígenas y resaltó la sabiduría ancestral con la espiritualidad para proteger la “Pacha mama” y pedirle permiso a la madre selva para ingresar a ella.

En esta segunda década del siglo XXI, deberíamos poner en práctica esta reflexión que nos deja la noticia mencionada, donde prevalece: la protección de los niños, la paz con el respeto de la vida de todos los seres vivientes, la espiritualidad para recuperar nuestra fauna y flora que hemos destruido y que nos está matando con el cambio climático. En palabras del indígena Giovani Yule Zape, director de la Unidad de Restitución de Tierras: “En esta Misión Esperanza se ha juntado la sabiduría pluriétnica y pluricultural de nuestra nación colombiana, para la vida. Un mensaje muy importante para toda la sociedad colombiana...”

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